Ciudad de México.
La renegociación del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), prevista originalmente para 2026, se ha adelantado en los hechos y bajo presión política directa desde Washington. Con el retorno de Donald Trump a la presidencia de EE.UU., el enfoque hacia el acuerdo comercial ha dejado de ser trilateral y cooperativo para adquirir un tono unilateral y prescriptivo. Las implicaciones para México son profundas y potencialmente disruptivas, especialmente en el sector automotriz.
El nuevo tono de Washington: endurecimiento y exigencias
Según reportes de medios estadounidenses y expertos en comercio internacional, Trump busca elevar el Valor de Contenido Regional (VCR) para vehículos ligeros de 75% a 85%, y además imponer un mínimo obligatorio de contenido estadounidense entre el 15% y 20% dentro de ese porcentaje. Para vehículos pesados, el VCR pasaría de 70% a 80%, con exigencias similares para autopartes esenciales como motores, transmisiones y chasises.
En términos prácticos, esto implicaría una reconfiguración casi total de las cadenas de suministro, una presión extraordinaria sobre proveedores mexicanos y un golpe directo a la competitividad de las plantas que exportan al mercado estadounidense.
Además, no se trata solo de reglas de origen. También se espera un endurecimiento en el capítulo laboral del tratado, uno de los puntos más monitoreados por la administración estadounidense. Desde su entrada en vigor en 2020, el T-MEC ha activado el Mecanismo Laboral de Respuesta Rápida en al menos 30 ocasiones, el 90% de ellas relacionadas con el sector automotriz mexicano, de acuerdo con cifras oficiales y de la Oficina del Representante Comercial de EE.UU. (USTR).
Las empresas mexicanas frente al laberinto
Las exportadoras mexicanas, especialmente del ramo automotriz y autopartista, enfrentan un entorno de incertidumbre creciente. De confirmarse este endurecimiento de reglas, miles de empresas tendrían que rediseñar sus procesos, buscar proveedores estadounidenses o relocalizar operaciones, todo en un entorno de márgenes ajustados y creciente presión fiscal y laboral.
Además, el riesgo de una posible cancelación del tratado ya se ha planteado en medios especializados de EE.UU.. Aunque es un escenario extremo, el hecho de que se mencione muestra el grado de fricción y el debilitamiento de la confianza comercial entre ambos países.
¿Y el poder de negociación de México?
La principal crítica que expertos en geopolítica y comercio internacional hacen al momento actual es que México no está sentado en la mesa como socio igualitario. La posibilidad de una renegociación forzada y desequilibrada pone en entredicho la soberanía económica y el poder real de México en el bloque comercial.
El presidente Donald Trump ya ha dejado claro que no se trata de una revisión trilateral, sino de una imposición unilateral, un cambio sustancial frente al proceso de 2018-2020. Por ello, analistas y organismos empresariales coinciden: es urgente una reunión bilateral de alto nivel entre los mandatarios de México y EE.UU., antes de que el nuevo esquema sea simplemente dictado.
Plan México y las respuestas locales
Frente a esta nueva realidad, el Gobierno de México ha comenzado a mover fichas. El Plan México, impulsado por la administración federal, busca fortalecer el mercado interno, atraer inversiones estratégicas y diversificar mercados más allá de Norteamérica. A su vez, el sector de autopartes ha lanzado un programa de fortalecimiento de proveedores, con incentivos para integrar localmente la cadena automotriz y explorar nuevos horizontes comerciales.
Sin embargo, estas medidas aún son insuficientes frente al alcance de lo que se avecina. Las empresas necesitan respuestas concretas, líneas de financiamiento para reestructuración, certeza jurídica y liderazgo político para enfrentar una tormenta comercial que ya no es hipotética, sino latente.
El momento es ahora
México enfrenta el mayor reto comercial desde la firma del TLCAN en 1994. Lo que está en juego no es solo el acceso preferencial al mercado estadounidense, sino la estructura completa del modelo exportador nacional.
Si no se actúa con estrategia, firmeza y visión de largo plazo, la industria mexicana podría quedar atrapada entre exigencias imposibles y decisiones unilaterales que no reflejan un verdadero acuerdo de socios. La unidad del sector empresarial y del gobierno será crucial, así como una política exterior más asertiva.
El tiempo del T-MEC se agota, pero no todos los jugadores están en igualdad de condiciones. Lo que está por venir definirá el futuro comercial de México y la viabilidad de su plataforma industrial en el nuevo orden global que Trump está implementando.