¿Por qué Trump sí se reúne con Bukele y no con Sheinbaum? Una incómoda distancia entre vecinos y socios estratégicos

La ausencia de un encuentro entre ambos se puede leerse como una falta de liderazgo regional.

Ciudad de México.

En un momento geopolítico de alta tensión y con un entorno económico marcado por aranceles, amenazas comerciales y fricciones diplomáticas, la ausencia de un encuentro entre la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, y su homólogo estadounidense, Donald Trump, empieza a levantar más cejas de las que el Palacio Nacional quisiera.

El lunes pasado, el presidente Nayib Bukele, de El Salvador, fue recibido en la Casa Blanca en lo que se convirtió en la primera reunión oficial de Trump con un mandatario latinoamericano desde su regreso al poder. En contraste, Sheinbaum aún no ha pisado Washington ni ha recibido a Trump en México, pese a que ambos países comparten una frontera de 3,000 kilómetros y una relación comercial de más de 800 mil millones de dólares anuales.

La pregunta se impone: ¿por qué el presidente estadounidense se reúne con Bukele y no con quien dirige un de las economias más grandes de América Latina y su principal socio comercial?

Una relación compleja y cargada de simbolismo

La visita de Bukele a la Casa Blanca responde en parte a una afinidad ideológica evidente. Ambos comparten discursos duros sobre seguridad y migración, y se necesitan mutuamente para proyectar fuerza frente a sus respectivas audiencias. Bukele, al abrazar el estilo disruptivo de Trump, gana puntos en casa como “líder global”, mientras que Trump refuerza su narrativa antiinmigrante agradeciendo a El Salvador su cooperación en la deportación de presuntos terroristas.

México, sin embargo, no puede permitirse una reunión sin estrategia. Cualquier gesto de cercanía con Trump —quien ha sugerido designar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas e impuesto múltiples aranceles— tendría un alto costo político para Sheinbaum, que representa una agenda progresista y soberana.

¿Ideología o pragmatismo?

En los círculos diplomáticos y empresariales, muchos esperaban que, pese a las diferencias ideológicas, Sheinbaum optara por una reunión estratégica con Trump que fortaleciera el regionalismo norteamericano, disipara tensiones comerciales y proyectara una imagen de solidez en un momento de turbulencia.

Pero el momento aún no llega. Desde su toma de protesta, Sheinbaum ha optado por una postura de negociación discreta: comunicaciones ministeriales, presencia diplomática institucional (como en la toma de protesta de Trump, donde asistió el embajador Esteban Moctezuma), y acuerdos sin reflectores.

“No se trata de subordinación, sino de soberanía”, ha dicho en más de una ocasión. Sin embargo, la ausencia de un encuentro cara a cara también puede leerse como una falta de liderazgo regional en tiempos que demandan claridad y firmeza.

El riesgo de ceder la narrativa

Mientras Trump endurece su ofensiva arancelaria y redobla su discurso de que “sin EE.UU., México no tendría país”, Sheinbaum ha optado por contener la presión desde dentro. Pero el silencio o la distancia, cuando no se explican con resultados tangibles, pueden ser interpretados como debilidad, especialmente en los mercados.

Los empresarios lo saben. La incertidumbre por los aranceles al acero, los automóviles, el tomate y próximamente los semiconductores, ha encendido las alarmas del sector privado mexicano. Sin una interlocución sólida y visible entre los jefes de Estado, las empresas quedan expuestas a decisiones unilaterales desde Washington.

¿Y por qué no invitar a Trump?

Una posible estrategia sería invertir el tablero e invitar a Trump a México. Pero la figura del presidente estadounidense sigue siendo profundamente impopular en el país. Las protestas de su visita en 2016 aún están frescas en la memoria colectiva, y cualquier aparición conjunta podría interpretarse como claudicación ante quien ha calificado a México de “sanguijuela comercial”.

Por ahora, Sheinbaum parece apostar por el largo plazo, esperando un momento más propicio para negociar desde una posición de fuerza. Sin embargo, la oportunidad de liderar la región norteamericana —en un contexto global de disrupción económica y tensión geopolítica— podría estarse diluyendo, mientras Bukele toma el protagonismo que le corresponde a México.

Lo que está en juego

No se trata solo de una “foto con Trump”. Se trata de liderazgo regional, certeza para el comercio, y voz propia en un mundo cada vez más fragmentado. En este contexto, México —más allá de su tamaño o relevancia— necesita asumir su rol con claridad: el de un socio confiable, autónomo, pero activo en el diseño del futuro de América del Norte.

La presión seguirá creciendo, sobre todo ahora que Trump ha advertido que México “debe pagar” su deuda de agua y asumir su “responsabilidad” comercial. Con cuatro aranceles ya vigentes y más en camino, el margen de maniobra se acorta.

Quizás es momento de cambiar el libreto.

Con información de la Casa Blanca, declaraciones oficiales del presidente de Estados Unidos, y análisis exclusivo para ENCLAVE. Redacción especializada en geopolítica, economía y liderazgo empresarial.