Ciudad de México.
Con un tono optimista, la presidenta Claudia Sheinbaum presentó este fin de semana un ambicioso paquete de medidas para enfrentar los impactos de la guerra comercial que amenaza con escalar tras la imposición de nuevos aranceles por parte del presidente Donald Trump. Desde el fortalecimiento de la producción nacional hasta la autosuficiencia alimentaria, el gobierno apuesta por una estrategia de contención interna que, si bien suena coherente en el discurso, plantea serias dudas sobre su efectividad en el contexto microeconómico mexicano.
«Cosechando Soberanía»: ¿un impulso real al campo o un paliativo estructural?
El programa estrella del anuncio, Cosechando Soberanía, contempla una inyección de 54 mil millones de pesos dirigida a pequeños y medianos productores de cultivos básicos como maíz, frijol y arroz, así como a ganaderos lecheros. La estrategia incluye subsidios, precios de garantía, fertilizantes gratuitos, créditos con tasas reducidas y acompañamiento técnico.
En papel, el plan parece atacar varias de las fallas estructurales del campo mexicano. Pero en los hechos, la pregunta persiste: ¿puede un esquema de apoyo estatal revertir décadas de abandono institucional, dependencia de insumos importados y baja productividad? Más aún, ¿cómo se garantizará que este dinero no se diluya en burocracia o clientelismo político, sino que se traduzca en verdadera competitividad para los productores?
El caso de Elvia Nonato, productora de maíz en Michoacán, ilustra el potencial: duplicó su rendimiento por hectárea y redujo sus costos gracias al uso de fertilizantes subsidiados y acompañamiento técnico. Sin embargo, ¿cuántos productores más podrán replicar esa historia en un país donde el acceso a crédito, tecnología y mercados sigue siendo profundamente desigual?
El dilema de mirar hacia adentro mientras el mundo se cierra
Simultáneamente, el gobierno federal anunció un fondo de 20 mil millones de pesos para apoyar a exportadores afectados por los aranceles estadounidenses, buscando redirigir el comercio hacia Asia y Europa. Aunque la presidenta celebró el «tratamiento preferencial» logrado en las negociaciones trilaterales con Canadá y EE.UU., la realidad es que el mercado estadounidense representa cerca del 80% de las exportaciones mexicanas. Cambiar ese destino comercial no será ni rápido ni sencillo.
Desde una óptica microeconómica, la diversificación suena sensata, pero para muchas empresas exportadoras —particularmente las pymes— los costos logísticos, las barreras no arancelarias y la falta de redes de distribución fuera de Norteamérica hacen que competir en Asia o Europa sea, en el mejor de los casos, un reto mayor.
¿Soberanía o aislamiento?
La narrativa oficial habla de autosuficiencia y fortaleza interna, pero en el fondo queda la duda: ¿es esto un repliegue forzado ante una política proteccionista en EE.UU.? ¿O es un viraje estratégico hacia un modelo económico más cerrado? Si bien la soberanía alimentaria es un objetivo legítimo, no puede lograrse a costa de aislarse de las cadenas de valor globales o de perder competitividad frente a países con políticas industriales más agresivas.
La intención de fortalecer sectores clave como acero, aluminio, automotriz y farmacéutico, mediante inversión en innovación y eficiencia energética, también se anunció. Pero el verdadero desafío será lograr que esos esfuerzos permeen más allá de los grandes consorcios y alcancen a las pequeñas empresas que constituyen el 99% del tejido económico nacional.
Un buen diagnóstico, pero aún sin garantías de éxito
El enfoque del gobierno parece reconocer que el verdadero motor del crecimiento interno está en las capacidades productivas del país. Pero, como suele pasar en economía, la diferencia entre la intención política y el impacto económico está en la ejecución.
¿Bastarán los créditos blandos, los subsidios y la asistencia técnica para transformar estructuralmente al campo? ¿Podrá México mantenerse competitivo si las reglas del juego global cambian y se imponen más barreras al comercio? ¿Y hasta qué punto la economía nacional puede resistir un escenario prolongado de desacoplamiento de Estados Unidos?
Por ahora, el plan suena ambicioso. Pero aún falta ver si la realidad —llena de cuellos de botella, informalidad, y baja productividad— permitirá que esta apuesta por la autosuficiencia y la economía interna sea algo más que una respuesta temporal ante una tormenta internacional que apenas comienza.