Washington, D.C.
La tensión arancelaria desatada por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha escalado a niveles inéditos. En apenas una semana, más de 50 países se han acercado a Washington en un intento por entablar negociaciones con el mandatario republicano, buscando evitar ser blanco de los nuevos gravámenes comerciales. El movimiento diplomático refleja el temor internacional ante una posible recesión global provocada por una guerra comercial a gran escala.
Un terremoto económico en marcha
Los efectos de la política arancelaria ya se sienten con fuerza en los mercados financieros. Firmas como JP Morgan han advertido que la imposición de tarifas podría empujar a Estados Unidos a una recesión, un escenario que inevitablemente arrastraría a muchas economías conectadas con la norteamericana. “Estamos viendo una desaceleración que puede profundizarse si persisten los aranceles, elevando el costo para los consumidores y erosionando la confianza empresarial”, señaló un informe reciente de la firma.
En la misma línea, el presidente de la Reserva Federal (Fed), Jerome Powell, advirtió que los aranceles se traducirán en una mayor inflación y un menor crecimiento económico. Aunque la Casa Blanca insiste en que la medida no representa una carga real para los consumidores, los analistas coinciden en que el impacto en los precios y en la dinámica comercial ya está siendo visible.
Sin tregua ni pausas: Trump endurece su postura
Desde la Casa Blanca, Trump ha dejado en claro que no habrá pausas ni retrocesos en su política de aranceles. El mandatario reafirmó que los gravámenes son parte esencial de su estrategia para equilibrar la balanza comercial de Estados Unidos, y solo estaría dispuesto a negociar si eso significa eliminar los déficits con países como China y la Unión Europea.
“No estamos considerando una pausa. Todos estos países nos han estado estafando durante años. Eso se acabó”, declaró Trump en conferencia desde el Despacho Oval. A bordo del Air Force One, reafirmó que “no se trata de dañar los mercados, pero a veces hay que tomar medicina amarga para curar el sistema”.
A esta postura se suma la advertencia lanzada este lunes desde su red Truth Social: si China no retira su represalia arancelaria del 34% antes del 8 de abril, Estados Unidos responderá con tarifas del 50% a los productos chinos. Una amenaza que ya encendió las alarmas en Pekín y en los centros financieros del mundo.
¿Por qué Rusia no? Un matiz geopolítico
En un giro inesperado, funcionarios de la Casa Blanca explicaron por qué Rusia no figura en la lista de países afectados por los aranceles. Según Kevin Hassett, director del Consejo Económico Nacional, esto se debe a que Moscú está “en medio de negociaciones de paz que afectan a miles de vidas”, en referencia al conflicto con Ucrania, y por tanto “no es apropiado imponer gravámenes en este contexto”.
Una línea dura con respaldo interno
La postura de Trump cuenta con el respaldo de su gabinete económico. El Secretario de Comercio, Howard Lutnick, aseguró que los aranceles “seguirán en vigor durante días y semanas” incluso si comienzan negociaciones. “El mundo nos debe un reajuste. Todos tienen superávit, nosotros déficit. Esto se acabó”, enfatizó en entrevista con CBS News.
Trump, por su parte, mantiene que el objetivo es claro: “Estados Unidos primero”. Y aunque reconoció que los mercados están nerviosos, dijo no estar preocupado. “Hablé con muchos europeos, asiáticos… todos quieren un acuerdo. Pero solo lo haremos si es justo”.
El nuevo orden comercial se reescribe
El decreto firmado el 2 de abril por el presidente —bautizado por sus aliados como “el día de la liberación”— impuso un arancel global del 10% a 184 países y territorios. Algunas regiones, como la Unión Europea, vieron aumentos del 20%, mientras que China enfrenta tarifas de hasta 34%, con la amenaza latente de un salto al 50%. Las implicaciones de este esquema ya están sacudiendo las bases del comercio internacional, generando caos en las bolsas y obligando a países a recalibrar sus relaciones con la primera economía del mundo.
El mensaje de Washington es claro: o se negocia en los términos de Trump, o se paga el precio.